miércoles, 10 de octubre de 2007

Aguas Grandes

Nuestra despedida de Brasil fue por todo lo alto, atravesamos la frontera sobre el río Iguaçu, que se convierte en Iguazú al llegar a Argentina, cosas del idioma.
Los guaraníes llamaban a este río Aguas Grandes (I-Guazu), y no es para menos, sobre todo cuando uno se va acercando a las cataratas y empieza a oir ese ligero murmullo que se convierte luego en estruendo ensordecedor.

Ese estruendo acompaña a un paisaje difícil de expresar en palabras: un descomunal volumen de agua descendiendo por varias terrazas y estrellándose en el lecho del río 80 metros más abajo. La nube de vapor que se forma es tal que el fondo se hace completamente invisible.



No puedo más que imaginar lo que debió pasar por la cabeza del primer indio, y posteriormente el primer portugués, que se encontró con semejante espectáculo... ¿miedo? ¿admiración? Supongo que un poco de todo, y es que uno no puede evitar sentirse insignificante a la vez que fascinado ante una demostración tal del poder de la naturaleza.

Las cataratas estaban formadas, al menos en esa época del año (finales de septiembre), por innumerables saltos de mayor o menor tamaño repartidos a lo largo de la enorme garganta (2 km y pico de largo). A ambos lados se encuentran los parques nacionales de cada país: el de Brasil, que ofrece una vista más general y alejada (la foto que está aquí al lado), y el de Argentina, que te permite acercarte un poquito más.

En mi opinión, las mejores vistas están en el lado argentino, si bien corres el riesgo de ser arrollado por una viejecita o recibir un codazo en un ojo mientras intentas sacar fotos de los lugares más característicos. Está un poco masificado. A ratos crees que los únicos animales salvajes que podrás ver son las hordas de turistas que rompen bastante el encanto y espantan a cualquier bicho viviente con su alboroto. En la foto, un grupo de mujeres, empleadas de una empresa de cosméticos que llegamos a odiar, de las que tuvimos que huir porque eran bastante ruidosas.

Pero la verdad es que los grupos de escolares, los viajes de empresa y las excursiones del Inserso se olvidan con facilidad delante del salto más impresionante de todos, el llamado Garganta del Diablo. Podría quedarme horas contemplando el magnífico espectáculo: las aguas de la parte alta del río fluyendo de manera sorprendentemente lenta y desplomándose de repente unos metros más abajo, como a cámara lenta, pero con gran violencia. Me temo que las fotos no le van a hacer justicia y tendréis que ponerle un poco de imaginación.



En algún sitio leí que, antiguamente, para ver de cerca la catarata, alquilabas el barquito de un lugareño que te acercaba desde arriba y te mantenía lo más cerca posible del borde remando contracorriente. Obviamente un día tenía que pasar lo inevitable, y cuando un grupo de turistas, con barca y lugareño incluidos, desaparecieron en el fondo de la cascada, cambiaron el sistema. Hoy unas pasarelas artificiales te permiten caminar sobre algunos de los saltos y acercarte a escasos metros de la Garganta del Diablo. El sustituto del antiguo y arriesgado paseo es una versión light en la que los turistas se pegan una buena mojadura en una motora que se acerca bastante a una de las caídas de agua, pero desde abajo. Ahí véis una foto de la barca desapareciendo bajo la nube de vapor.



Los paseos por entre la selvática vegetación, si bien no muy auténticos, son muy agradables, sobre todo cuando logras despistar a las hordas turísticas y puedes incluso ver algún animal que otro.

En medio del río hay una pequeña islita donde puedes darte un bonito paseo entre lagartos y unos bichos bastante feos, parecidos a los buitres, que no te quitan ojo de encima mientras asciendes sus empinadas escaleras bajo un sofocante calor y una humedad del 101%. Después del paseo y las estupendas vistas te puedes relajar un poco en las "fresquitas" aguas del río, como veis que está haciendo Juan en la foto.




A pesar de que la mayoría de los animales permanecen ocultos a la vista, pudimos disfrutar de preciosas mariposas, pájaros muy variados (nuestro favorito, sin duda, el tucán de increible colorido) y de los simpáticos coatíes, un montón de ellos por todas partes, acercándose al olor de la comida.

Se supone que los coatíes se pueden volver violentos cuando hay comida de por medio (¿a quién me recuerda esto?) y como a cualquier animal salvaje te recuerdan una y otra vez que no los alimentes. Pero siempre hay algún turista desaprensivo al que no se le ocurre pensar que alimentar animales con caramelos o galletas es, no sólo bastante estúpido, sino que es darle una patada a su hábito alimenticio. De vez en cuando damos un poco de pena como raza.



En las fotos no hemos incluido a los coatíes, a pesar de que Dani nos las pidió... Lo cierto es que teníamos muchas y muy chulas... Pero tristemente, hace un par de días, en Buenos Aires, viendo un partido de los Pumas en la tele, un hábil porteño nos birló sin que nos diésemos cuenta la cámara de fotos de Juan... Hemos perdido una buena cámara y un buen montón de fotos de las últimas semanas, no sólo las de los coatíes, sino también (y esto me fastidia un poco más) todas en las que salía yo..., así que Mamá, aunque no veas fotos mías aquí estoy perfectamente, que os conozco.

Como colofón, y para terminar con buen sabor de boca. Gracias a la recomendación de Fabián, hicimos coincidir nuestra estancia en Iguazú con la luna llena, y así, utilizando esa luz natural, poder visitar las cataratas en un romántico paseo nocturno. De noche el sonido y la visión de la Garganta del Diablo son todavía más sobrecogedores...toda una experiencia.

En breve intentaremos ponernos al día con las entradas que nos faltan. Un beso a todos.

PD: Para los interesados, "pinza" y "pinzesa" están sanos y salvos con nosotros, pronto os contaremos más de ellos.

1 comentario:

paideleo dijo...

E pensar que nunca visitei unhas fervenzas grandes coma esa... Graciñas polo paseo.